II
El corazón se le paró. O eso fue lo que sintió al menos. Era una expresión que había escuchado y leído muchas veces, pero siempre pensó que era una exageración literaria. Hasta que descubres que tu hermana, a la que dabas por muerta, está viva después de 4 años de España post apocalíptica. Ahí sí, la expresión se ajusta perfectamente a la realidad.
¡Bea estaba viva! No se lo podía creer. Su mente pasó de la sorpresa a la euforia en una fracción de segundo y un grito le subió desde las entrañas. Cuatro años de silencio casi monacal a tomar por saco de golpe. Afortunadamente, el instinto de supervivencia es más fuerte que la euforia y el grito fue mucho menos estruendoso de lo que a él le pareció. Se puso en pie con la intención de ir a buscar a su hermana. Tenía la mano en la manilla de la puerta cuando se paró en seco. ¿A dónde coño iba? No sabía nada, más allá de un mensaje aislado. Sí, era Bea, por supuesto (¿Quién demonios podía ser mandando un mensaje telepático, sinestésico y post apocalíptico?) pero con la información de que disponía, Bea podía estar perfectamente en Marte. O en Murillo de Río Leza.
Anselmo había intentado comunicarse con Bea en infinidad de ocasiones, todas ellas con el mismo resultado, lo que le llevó a deducir, muy brillantemente, que Bea estaba fiambre. Y ahora, cuatro años después, le llegaba un MI. Nada más. Solo un triste MI. ¿Por qué no una progresión de notas, o un intervalo?
Puede que empezara a volverse loco… tampoco era tan raro. Cuatro años solo, vagando por los pueblos de España y matando para sobrevivir (e incluso no para sobrevivir) podían trastornarte un poco. Se le estaba yendo la olla, esa era la explicación más lógica y razonable. Su cerebro producía notas musicales como mecanismo de defensa, buscando una realidad pasada, pero segura, agradable y tranquila.
Pero.
¿Y si Bea estaba viva? ¿Por qué no? ¿Y si había una explicación para el silencio administrativo de cuatro años? ¿Y si, y si, y si? ¡Joder, hostia puta!
Decidió parar. Pensar. No dejarse llevar. No podía hacer nada de forma activa si no averiguaba algo más. Lo mejor sería contestar, aunque hacía tanto tiempo que no lo intentaba que algo otrora natural, ahora le parecía forzado y artificial. Pero algunas cosas no se olvidan, como andar en bicicleta y comer chorizo. Lanzó un SOL natural, naranja fuerte, dulce y jugoso, como su fruta preferida. Cómo la echaba de menos, joder.
Y esperó.
Notó el sudor de las axilas rodando por el costado y cómo le empezaban a chorrear las manos, como siempre le pasaba cuando estaba nervioso y angustiado. Nada. No hubo respuesta.
Probó de nuevo, una quinta, su quinta: naranja a un lado, verde al otro. La bandera de Irlanda, como ellos la llamaban.
Y entonces, suave, casi imperceptible, como cuando se escucha un sonido entre sueños, le llegó. Azul cobalto. Ya no había duda: Bea estaba viva (¡estaba viva, joder!) y por sus huevos morenos que iba a encontrarla. ¿Pero por dónde coño podía empezar? Cabía la posibilidad de que estuviera en Logroño… al fin y al cabo era donde estaba cuando ocurrió el katakroker. Es cierto, él se había ido corriendo de Madrid, pero en realidad podría haber ido a cualquier sitio; todo estaba devastado. Sin embargo, se las había arreglado para llegar a Logroño. Su casa, su referencia, su norte. De forma inconsciente, o no tanto, se había ido acercando hacia el único punto en el que había la mínima posibilidad de encontrar a alguien de su familia. Eso, y la radiación, claro.
Recogió el saco y metió todo en la mochila. Cogió la escopeta de caza, verificó que estaba cargada y dispuesta y se preparó para salir. Cuando estaba a punto de irse, miró hacia el piano y una lágrima, por primera vez desde que su mundo se fuera al garete, le rodó por la mejilla. Había bloqueado ese sentimiento durante cuatro largos años, dando siempre prioridad a la supervivencia, a la urgencia por mantenerse vivo, y una vez que abrió esa puerta, toda la angustia, miedo y tristeza acumulados se desbordaron como el agua que es liberada de una presa resquebrajada. Lloró desconsoladamente, sin disimulo ni camuflaje alguno. Por unos instantes, no pensó en sobrevivir, sino en vivir. La reciente alegría por su hermana se mezcló con 48 cuotas de hipoteca nuclear, religiosamente pagadas a un planeta destruido. De pronto pensó en las personas que había matado, en la comida que había robado y los insultos que había proferido. En los hostiaputas y los tuputamadre (nunca mecagoendios). Su hermana Bea le habría echado una buena bronca, porque Bea era una buena persona, y él no. Bea, su Bea, estaba viva, y se iba a avergonzar de él, si es que podía encontrarla.
Se acercó al piano, aún con lágrimas en los ojos, levantó la tapa y pulsó el si bemol, suavemente, casi acariciándolo. Cerró los ojos y escuchó el Nocturno, esa belleza indescriptible y compleja compuesta tantos años atrás por un hombre atormentado, y los colores empezaron a bullir por su cabeza.
Se calmó. La música siempre tenía ese efecto en él, no digamos ya el Nocturno: Era casi como un Trankimazin. Volvió a enviar una bandera de Irlanda. Nada. Unos minutos. Nada. Algo bloqueaba a Bea, pero no sabía qué podía ser. Quién sabe a qué se habría enfrentado durante estos años.
De pronto, sintió ira. Una ira casi biliar que le hizo sentir un sabor metálico. La ira dio paso al terror: ¿y si Bea estaba en peligro? Durante cuatro largos y terribles años había vagado por puro instinto de supervivencia. En muchas ocasiones había pensado en pegarse un tiro… solo, rodeado de muerte y siempre a punto de probarla, la vida no era un aliciente motivador. Pero ahora tenía un objetivo, y le daba igual si para conseguirlo tenía que matar o morir.
Anselmo vio todo esto con claridad meridiana, como hace años que no veía. Y tenía dos opciones obvias: la casa de su hermana, y la casa de su madre.
Abrió la puerta y salió al rellano de la escalera.
Qué alegría volver a escuchar un MI de Anselmo. Pero ahora, la espera hasta la próxima entrega se me clava como esa lágrima (inevitable) frente al piano. Esperaremos. Afinados. Pero no tardes…por si llega de verdad el katakroker.
Ya esperando el otro, pliiiis